miércoles, 5 de noviembre de 2008

Obama o el triunfo de lo políticamente correcto

Triunfo esperado de Obama, abrumador en compromisarios (338 por 157 para McCain), más ajustado que la tendencia de las encuestas en lo relativo a voto popular (52 frente a 48). Triunfo de lo políticamente correcto y del sentimentalismo vacuo, con palabras mantra como cambio, que siempre puede ser a mejor o a peor. De llevarse a cabo el programa contradictorio con el que se ha presentado a las elecciones, el cambio será notoriamente a peor. Las propuestas de Obama, llenas de contenido genérico y a veces pseudoreligioso, empeorarían la crisis financiera en vez de resolverla.
Triunfo de lo políticamente correcto, que Obama ha representado en estado puro. Es la segunda vez que llega a la Presidencia, en los últimos tiempos, un político del ala izquierda del partido demócrata. El precedente es Jimmy Carter, también ganador de la Casa Blanca en un tiempo de crisis y confusión de valores.
Apuesta muy firme y persistente por Obama de los grandes medios de comunicación que, por ejemplo, se han empleado en desacreditar a Sarah Pallin.
Criterio favorable a la idea de cambio y a las imágenes emocionales: cambio, el primer presidente negro. Dominio de la imagen y lo mediático sobre la racionalidad.
En el caso de John McCain, que presentaba un programa coherente de reducción del gasto público y un discurso sólido en política internacional, la experiencia se ha terminado identificando con ancianidad.
De todas formas, Bush, en buena medida, le ha dado el triunfo a Obama. El discurso de reducción del gasto público, clave en los mensajes de McCain, ha quedado desacreditado por la intervención expoliadora.
Decía Churchill, que las naciones se salvan porque los políticos no llevan a cabo sus programas. El de Obama roza la cuadratura del círculo y de llevarse a cabo sería negativo para la economía de Estados Unidos y también, obviamente, para el resto del planeta. Lo destacable son sus contradicciones, como si intentara contentar a todos. Obama es partidario de fortalecer el dólar, corrigiendo la línea sostenida por la Reserva Federal de dinero fácil.
Ha prometido no subir los impuestos a aquellas familias que ganen menos de 250.000 dólares al año. A ellos, sumaría recortes fiscales a las clases medias o a aquellos cuyo sueldo anual no sobrepase los 150.000 dólares al año. Al tiempo, pretende acabar con los beneficios impositivos con los que actualmente cuentan aquellas familias que ganan más de 250.000 dólares anuales.
Estas bajadas de impuestos se compadecen mal con el aumento del gasto público que Obama propone. Propugna un plan de pensiones universal y de un sistema sanitario para todos, universal y gratuito, a la europea. También propugna incrementar los subsidios de desempleo. La pregunta es de dónde va a sacar el dinero.
Reducir impuestos y aumentar el gasto convierte en imposible cuadrarmínimamente las cuentas, lo que se traduciría en un aumento del déficit público, ya muy elevado, y en un ulterior factura fiscal que dañaría a la economía y provocaría paro. Estados Unidos se vería abocado a entrar en la espiral de males que aquejan a Europa.
Con Obama, y a la espera de rectificaciones, Estados Unidos no es una referencia. No deja de serlo, propiamente, porque Bush ha sido un manirroto que no ha hecho otra cosa que aumentar el gasto.
Además, Obama se opone, por cuestiones medioambientales, a explotar los ricos yacimientos que permanecen en el subsuelo marino de Florida y Alaska, apostando por las gravosas energías alternativas, eólica y solar, tan del agrado de la mentalidad políticamente correcta, pero que de poco sirven a la hora de evitar la dependencia energética o reducir los costes de la energía.
En política internacional, a semejanza de Zapatero, Obama se muestra candorosamente partidario de los supuestos efectos taumatúrgicos del diálogo como vía para resolver los conflictos, contra la experiencia histórica de lo nefasto de pretender apaciguar a dictadores y tiranos. Obama no excluye a nadie de esa supuesta capacidad de persuasión, incluido el presidente de Irán, al que se cree capaz de convencer que paralice su programa atómico.
Mientras propugna la salida de Irak, poniéndole fecha (16 meses), lo cual es un error estratégico evidente, se muestra partidario de centrarse en Afganistán, y en algunos de los debates ha planteado la posibilidad de trasladar el conflicto más allá de la frontera de Pakistán, lo cual es cuanto menos seriamente peligroso.
Aunque Obama ha acertado en centrar buena parte de su campaña en las clases medias, sus medidas, como un supuesto ‘plan de rescate de la clase media’, que la introduciría en la paralizante cultura de la subvención, puede decirse que su programa es contraproducente para las clases medias norteamericanas.
En lo relativo al derecho a la vida, es partidario de convertir el aborto en un derecho durante los nueve meses, entre otras cosas porque ha recibido fuerte financiación del lobby proabortista.

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