jueves, 9 de octubre de 2008

El festín intervencionista conduce a la crisis de la civilización

El mundo se está quedando sin referencias. Gobiernos, reservas federales, banco centrales, al unísono se despeñan por la senda intervencionista, mientras se producen los efectos perversos contrarios a las buenas intenciones que anuncian: las bolsas tiemblan, cuando no caen, el euribor sigue subiendo hasta alcanzar el 5,512.
La clases política mundial pierde credibilidad a chorros en este jolgorio en el que se juega con el dinero del contribuyente y se va hacia una presión fiscal sin precedentes y hacia gobiernos que han roto los límites de toda contención.
No sólo no se percibe mejora en la economía, sino que empieza a ponerse en riesgo muy serio la libertad de las personas.
En el terreno económico, se intensifica el mercantilismo entre los gobiernos y las cúpulas bancarias más ineficientes, entre otras cosas porque ambos han ido largo tiempo de la mano. Basta recordar las sustanciosas condonaciones de deudas que nuestras instituciones financieras han practicado respecto a los partidos políticos.
Se repite hasta la saciedad que se está actuando en beneficio de los ciudadanos pero en ninguna parte se desatasca el flujo crediticio.
Los gobiernos, por el contrario, se expanden. Vemos a dirigentes como Bush, Sarkozy o Gordon Brown tomando medidas que hasta hace dos días escandalizaban y motivaban la protesta cuando eran lanzadas por prototalitarios como Hugo Chávez o Evo Morales. Y las críticas que se levantan contra ese camino de servidumbre de la intervención estatal resultan escasas, aunque las gentes sencillas, las clases medias, cada vez están más alarmadas y más conscientes de que no se está actuando correctamente. Nunca ha sido más necesaria la rebelión de las clases medias que he intentado promover con mi libro “El manifiesto de las clases medias”.
La mentira y el relativismo moral en el que se han instalado las nomenclaturas y las castas parasitarias de nuestras democracias están trabajando a destajo, ocultando las consecuencias previsibles, los efectos perversos, de la catarata de decisiones erróneas que se adoptan cada día entre clarinazos y cerrados respaldos editoriales.
Quienes aducen sensatamente el criterio moralista de la codicia en relación con gestiones fallidas en los bancos, aplauden la hípercodicia que se ha puesto en marcha, depredando a los contribuyentes, que serán quienes tendrán que pagar la deuda pública galopante hacia la que se va.
Los gobiernos no podrán pagar las facturas que están asumiendo y estarán tentados de darle a la máquina de emitir dinero, dejando a éste sin valor.
Los contribuyentes serán empobrecidos, y no podrán ahorrar, con grave daño para el sistema financiero resultante de esta orgía intervencionista, ni invertir, ni consumir. Se extenderá la pobreza y se pondrá a las clases medias en riesgo de extinción, deteriorando gravemente la estabilidad de las sociedades.
La crisis financiera devendrá en general de la economía y afectará a la supervivencia misma de la civilización.

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