jueves, 2 de octubre de 2008

Toda intervención es mala: remember Rumasa

Por supuesto que toda intervención es mala y produce efectos perversos. Estas no son afirmaciones ideológicas, no son aprioris, sino la constatación de una contumaz realidad, porque el intervencionismo lleva experimentándose durante más de un siglo con consecuencias catastróficas. Esta es la crisis del intervencionismo.
Aquí tenemos frescas en la memoria las consecuencias desastrosas de la intervención de Rumasa. El partido socialista afirmó que en Rumasa había quinientos mil millones de las antiguas pesetas de agujero. Incluso dando por buena la cifra, al contribuyente español le costó dos billones. Con grosera arrogancia Alfonso Guerra llegó a decir que sería ‘to pal pueblo’. Para el pueblo, siempre son los desperfectos, los impuestos. Aquello se convirtió en un festín mercantilista, en una orgía de corrupción (se llegó a regalar Galerías Preciados a la corrupta familia Cisneros de Venezuela, soporte ahora del sátrapa Chávez), que impulsó la concentración de poderes y eliminó, para ocultar el latrocinio, la independencia del Poder Judicial. De aquella intervención todo fueron perjuicios y quien más sufrió fue la libertad de todos y cada uno.
Hoy tenemos una visión más clara de por qué se intervino Rumasa. Lo que no se les perdonó a Rumasa, una continua fuente de creación de empleo, y a José María Ruiz Mateos es que no dependieran del favor político, que no buscaran subvenciones, que funcionaran al margen del sistema de prebendas intervencionistas, del pilla-pilla presupuestario. Eran como la excepción a la norma que se quería imponer.
Hoy necesitaríamos muchas rumasas, muchas empresas libres y dinámicas, eficaces y sin buscar el expolio de los contribuyentes de las clases medias. El socialismo intervencionista no podía permitirlo porque ponía en evidencia a su resentida ideología.
El socialismo ama tanto a los pobres que quiere empobrecernos a todos.

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