martes, 1 de abril de 2008

El grito de la rebelión y ‘El manifiesto de las clases medias’ (I)

Nos encaminamos a una crisis económica que puede conducir a una crisis de civilización. Esa situación va a exigir la concienciación de las clases medias –etapa en la que nos encontramos- y la ulterior movilización. Esta es la crisis que avizoré y de la que avisé en ‘El manifiesto de las clases medias’. Como descargo de responsabilidad y para promover el debate de ideas, al margen del estéril de fulanismos en el que se trata de continuo en instalarnos, voy a ir reproduciendo, en días sucesivos, el último capítulo de ‘El manifiesto de las clases medias’, titulado ‘El grito de la rebelión”:

Las clases medias han de tomar conciencia de su poder, también del riesgo en que se encuentran para su supervivencia y la de la civilización que han alumbrado, la única que puede sostener los actuales niveles de población. No han de resignarse por más tiempo a que en una parte de sus vidas hayan sido reducidas a la esclavitud, ni, haciendo dejación de su responsabilidad, consentir que se siga desarmando a las sociedades abiertas, llevando a la ceguera a sus ciudadanos, sumiéndoles –sin fundamento alguno para ello- en complejos paralizantes. No deben permitir ni un instante más la degradación de las democracias, porque eso terminaría por hacer inviable a la democracia misma, sumiendo a la Humanidad en un cataclismo.
Las clases medias no han de aspirar a ninguna reforma superficial o de circunstancias, ni conformarse con pactos o componendas. La rebelión de las clases medias es hoy necesidad perentoria, exigencia de una revolución política y ética. La misión de las clases medias es extender, universalizar la propiedad privada. Todas las sociedades han recibido algunos de los beneficios devenidos de la conquista de ese principio en el ámbito geográfico de Occidente. Los avances médicos han permitido un incremento de la población sin precedentes en la historia del devenir humano. Esos pueblos no disfrutan, sin embargo, de la propiedad, ni de la libertad práctica y la dignidad que conlleva. Sin propiedad están condenados a la frustración y la desesperación. Ninguna estructura tiránica, ninguna casta opresora ha de ser respetada, amparada en su cultura. La mejor ayuda a esas sociedades es una recuperación de la fe en nuestro valor de libertad personal y su difusión.

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