sábado, 26 de abril de 2008

El PP precisa hacer catarsis de la teoría de la conspiración

La derecha está generando un nuevo tabú: no hablar de la teoría de la conspiración y de lo que implica de degradación moral no sólo para sus creadores sino también para quienes la han seguido y dado pábulo. Sin embargo, nada de lo que está sucediendo actualmente en el PP se entiende sin un conocimiento y una comprensión profunda de lo que ha significado esa teoría de la conspiración. Nada se entiende porque el PP, sin centrar en ello el debate, lo que está haciendo es depurar responsabilidades de esa grosera mentira, de ese insulto a la inteligencia, a las víctimas y a los héroes, que se desarrolló como una especie de doctrina oficial, de seña de identidad de la derecha durante cerca de tres años y que consumió casi todas las energías durante la pasada legislatura, hasta convertir a la oposición en un esperpento, y a una parte de la derecha sociológica en una secta intratable y degradada.
Por esa depuración no reconocida de responsabilidades ha salido del primero plano un Eduardo Zaplana que ha puesto un oscuro broche a su carrera política y por eso hoy ni tan siquiera se cita el nombre de Ángel Acebes.
Esa degradación de la teoría de la conspiración que llevó al abismo de las chorradas al diario ultrasensacionalista ‘El Mundo’ y a un histriónico vocero de la cadena acatólica cuando no anticatólica –desde luego no cristiana y mal educada- ha generado un método de propaganda y un intento de monopolio. El primero aún funciona, el segundo se está viniendo abajo, porque los gurúes están básicamente muertos civilmente. Con ellos no es que la derecha no podrá recuperar nunca el poder, es que ha perdido el alma, en un decaimiento maquiavélico y tardoestalinista. Una parte de la derecha ha interiorizado que el mandamiento de ‘No mentirás’ ha quedado abolido del decálogo, y un escándalo añadido es que eso se hace con la tolerancia y la aquiescencia de la jerarquía católica, en el bien entendido caso que los mandamientos nos obligan a todos y que nadie está por encima de ellos.
De repente, una parte de la derecha se ha hundido, hasta el ridículo, en lo que denunciaba en la izquierda: en la mentira, en el todovale con tal de conquistar el poder, en el más estricto relativismo, llevado a niveles chuscos.
Por esa dilapidación de energías, por ese abrumador decaimiento moral, por ese sectarismo insultante y odioso –pues difunde el odio- la derecha ha perdido las elecciones. Y eso no se quiere reconocer. Y esa nueva hipocresía entraña una extraordinaria gravedad, porque se hace preciso reconocer el error, restituir.
Es obvio que los principales culpables de la derrota del PP son Jiménez Losantos y Pedro Jota Ramírez, y quienes les han hecho la ola y les han seguido. Incluso los que han guardado silencio o han mirado para otra parte.
El PP, antes que primarias e ideologías, tiene que pedir perdón por la conspiranoia, es precisa la catarsis. Porque sólo la verdad –nos beneficie o no, cuando se apuesta por la libertad hay que estar dispuestos a perder- nos hará libres. Palabras divinas.

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