lunes, 14 de abril de 2008

Innovación, cambio climático, igualdad o el principio del fin

Aunque Zapatero –conviene insistir- no es la causa de nuestros males, sino su efecto, se muestra siempre bien dispuesto a agravarlos. Más dado al márketing que a la gestión, carece del armazón ideológico –está en las antípodas- para afrontar una crisis de modelo, pues para salir de ella hay que erradicar la depredación socialista. En su técnica habitual de trocar el sentido de las palabras, de cara a su segunda legislatura, ha presentado como plan de choque lo que no es más que el plan de cheques esgrimido durante la campaña electoral, dirigido a la simple y obscena compraventa del voto. Ni reforma fiscal que libere presión sobre las clases medias, ni que ayude a las pequeñas y medianas empresas –principales creadoras de empleo- a sobrellevar la crisis. Ni liberalización del suelo para permitir el ajuste de las empresas inmobiliarias y abaratar precios de una manera real, con referencia al mercado. El socialismo no es otra cosa que el problema. Un muerto viviente que es preciso enterrar.
Ni tan siquiera el plan de cheque constituye un parche, pues tal denominación sugiere paliativo, sino la marcha por la dirección equivocada, la administración a la economía enferma de nuevas y crecientes sangrías de gasto público. El Gobierno se engaña a sí mismo y trata de engañar a una opinión pública desprotegida cuando pretende recolocar a los parados de la construcción. Tal cuestión no está entre sus posibilidades. Eso no es ni tan siquiera la fatal arrogancia socialista que denunciara Friedrich Hayek, es ya la estricta estupidez. Por la senda de la mentira se terminarán generando limbos en los que difuminar y esconder la realidad, hasta que la factura sea demasiado abultada.
Sería precisa una política audaz de liberalizaciones, una política responsable y directa de reducción del gasto público, empezando por el gasto corriente y por las líneas de subvención a las castas parasitarias. Es imprescindible abaratar la energía y combatir la inflación mediante desregulaciones, liberalización de horarios comerciales y, por supuesto, renunciando a toda subvención o imposición de cuotas a los biocombustibles.
Hay que constatar que el Gobierno socialista carece de los mimbres de análisis para entender la realidad, cegado por anteojeras ideológicas que parecen conducirle a una huida hacia delante, que ahora más grave la crisis, de lo que conllevaría el contexto internacional y el frenazo de la construcción, y someterá a tensiones muy fuertes a las empresas y a las economías familiares.
Nada nuevo bajo el sol, el socialismo es una ideología muerta, una antigüalla, contrario al progreso y las bases morales de la sociedad abierta. Sólo puede generar miseria y conflicto social. Zapatero sólo añade un plus de mindundismo y de inutilidad. Su discurso en el debate de investidura fue una apuesta tan decidida como irresponsable por el desastre sin paliativos. Zapatero no es el presidente que nos merecemos, será el que se merezcan los que han votado por el partido socialista. Sangre, sudor y lágrimas es lo que les espera a las clases medias esta legislatura. ¿Podrán resistir? ¿Sabrán movilizarse? ¿Quedaremos prisioneros en la retórica vacua de un populismo barato? ¿Cómo se organizarán esas clases medias para romper este nefando e inmoral sistema de expoliación?
Frente a una crisis de modelo, Zapatero, atrapado en sus radicalismos de sonrisa fácil, sitúa como las prioridades de su Gobierno “innovación, cambio climático e igualdad”. Pérdida completa del sentido de la realidad, sin abandonar la afición compulsiva a los titulares de historia menuda: ‘la primera mujer al frente del Ministerio de Defensa’, ‘el primer Gobierno con más mujeres que varones’. Más allá, pues, de la democracia paritaria propugnada por un partido socialista que ha encontrado refugio en el feminismo radical. El sistema de cuotas, por de pronto, prima la mediocridad frente al mérito, y de ello es muestra el continuismo patente en el ejecutivo, con abjuración del sentido de responsabilidad, pues se mantiene en el cargo a varones y mujeres con claras deficiencias en la gestión. Pero, a la postre, da lo mismo los porcentajes de género si lo que se esconde es la depredación de los sectores productivos. Un Gobierno formado sólo por mujeres dedicado a consumir tejido productivo es un enemigo de las clases medias, lo mismo que si estuviera formado sólo por varones. Y los porcentajes de unos y otros son anécdota, al lado de la categoría: el Gobierno socialista se basa en la expoliación de las clases medias. Ese es su objetivo. Esa es su esencia. Y eso perjudica tanto a las mujeres como a los varones, al margen de los titulares, flor de un día.
El que en un sistema que, supuestamente, ha hecho una apuesta durante más de tres décadas por la descentralización –supuestamente, pues se han creado diecisiete nuevos centralismos- haya cada vez más ministerios no es una paradoja, ni una tomadura de pelo, que también; responde a la lógica expansiva de la depredación de la burocracia politizada. Recordemos la medida política italiana, adoptada por la izquierda, de reducir, por ley, a doce el número de ministerios, antes de escandalizarnos ante el hecho de que se eleve a diecisiete el número de ministerios. Se mantiene el de Vivienda, cuya falta de competencias lo convierte en inservible, incluso antes que en indeseable. Nada hay más antitético que Gobierno, burocracia e ‘innovación’. Crear un Ministerio de ‘innovación’ es una contradicción en los términos. Recurso semántico que hubiera encandilado a George Orwell, pero que debería escandalizar a los ciudadanos como agresivo insulto a la inteligencia. Para innovar lo que se precisan son menos ministerios, menos trabas burocráticas, menos regulaciones, menos gasto público, menos impuestos.
“Innovación, cambio climático e igualdad”, como prioridades de Zapatero, indican un Gobierno a la deriva. De los más de seis mil millones de habitantes del planeta; sólo los gobiernos de cuatrocientos cincuenta millones han firmado Kyoto, y de ellos sólo sesenta y seis millones pagan facturas en el mercado de la contaminación, de los cuales cuarenta y dos millones son los ciudadanos españoles. Innovación y Ministerio, antinomia; cambio climático, dogma ecologista, ampliamente cuestionado, con cada vez más voces sugiriendo que vamos hacia una nueva glaciación; por ahora, estafa, coartada del pilla-pilla presupuestario en gran escala; energía cara, moratoria nuclear y despilfarro de dinero a favor de las manos muertas de lo verde.
Mas donde se da el paso hacia las lindes de lo totalitario es en la introducción como objetivo de la igualdad, concepción tardocomunista tamizada, por ahora, de ideología de género. Al fin y al cabo, el mismo programa electoral socialista indica que “el principal rasgo identificativo del Partido Socialista es la igualdad”. Algo que hubieran firmado Lenin, Stalin, Mao, Pol Pot y, por supuesto, Castro y Chávez. Las mujeres han devenido en el nuevo proletariado, junto a gays, lesbianas y transexuales. Lo que se pretende es la creación un cuerpo de comisarios políticos –más bien comisarias, se supone-, seguramente con carnet socialista, con amplia capacidad para intervenir en las empresas y en la vida de las personas. El programa electoral socialista planteaba generar una Agencia especial para esa nueva inquisición de género, que podrá inspeccionar las empresas y multarlas si no cumplen requisitos paritarios en sus Consejos de Administración, en sus órganos directivos y en sus plantillas. Para ello, “se ampliarán los recursos destinados a la Inspección de Trabajo” y se diseñarán “Unidades de igualdad en todos los Ministerios e instituciones públicas”. También “Unidades de Igualdad dentro del Consejo de Redacción de los medios públicos y promover los mismos en los medios privados”. Más gasto público. Más expoliación de los varones y mujeres reales. Con el dinero de otros hacen fiesta los devotos y las devotas socialistas.
Todo facilidades, por ejemplo, para una multinacional que piense instalarse en España, y que podrá ser multada por rotular o facturar en castellano o por no acomodarse a la paridad. Las empresas serán el primer campo de la intromisión de los nuevos clérigos devenidos en inquisidores, pero luego serán las casas, donde entrarán para inspeccionar si las tareas del hogar son compartidas o para comprobar los criterios educativos utilizados con niños y niñas respecto a la sexualidad. No es una suposición. El programa electoral socialista prevé la elaboración y puesta en marcha de un ‘Plan General de Usos del Tiempo’, porque considera que “los hombres no se incorporan de la misma manera, ni al cuidado de las personas ni a los trabajos domésticos”, por lo que es preciso “impulsar buenas prácticas”. Los nuevos inquisidores de la antigualla socialista, las manos muertas del parasitismo progre –la peor reacción que ha conocido el mundo- entran de lleno en el campo del esoterismo: habrá que “elaborar los Presupuestos Generales del Estado con perspectiva de género”. Y se llevarán a cabo Planes de Inserción Laboral y Fomento del Empleo especiales para transexuales. Cuando se empieza por la pendiente de la intervención no hay límite hasta superar las lindes del totalitarismo.
Así lo entendieron los ciudadanos en los Estados Unidos. Congreso y Senado aprobaron, en los años setenta del siglo pasado, por abrumadora mayoría, sin casi oposición, incluir con rango de enmienda constitucional la igualdad entre el varón y la mujer. Los trámites precisos exigen el refrendo en un porcentaje de estados de la Unión. Se dio por supuesto que nadie se iba a oponer. Ninguno de los grandes medios de comunicación hizo la más mínima crítica. Pero una mujer, que editaba un boletín con unos miles de suscriptores, dio la voz de alarma. Explicó que tras la aparente buena intención del genérico principio se concedía al Gobierno una amplia discrecionalidad para intervenir en la sociedad y en la vida de las personas. Entendía que los ciudadanos debían oponerse. Sólo llegó a celebrarse referéndum en un Estado pues aquello que habían aprobado los políticos con unánime respaldo fue derrotado en las urnas. La igualdad entre el varón y la mujer quedó arrumbado como principio constitucional.
Por el contrario en España. Zapatero se muestra dispuesto a intervenir en la vida de las empresas, porque aún es pequeño el porcentaje de mujeres directivas, seguramente porque, entre otras cosas, la incorporación de la mujer al mundo del trabajo es un proceso reciente. “Espero estos cuatro años sean el principio del fin”. O es el principio del fin del socialismo, o lo será de la sociedad española, dentro de la crisis planetaria.

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